Es en la riqueza ambiental y paisajística de las islas donde arranca su fuerza evocadora. Nada sería lo mismo sin sus jardines, sin los paseos alrededor de la capilla de San Simón, los castaños de indias o los tilos de los Balcanes. Ese mismo mar que llevó los monjes, los corsarios, los galeones españoles o los buques en cuarentena a visitar este archipiélago, ayudó también a recalar en él exóticas especies procedentes de las tierras de ultramar, conformando un arbolado colonial que hoy se alza orgulloso para demostrar la influencia que el intercambio cultural tiene también en su flora.
Incluso en el período de abandono de la isla, en el que se vio invadida por plantas silvestres que crecían sin control, confiriéndole un aspecto selvaxe que nunca había tenido en sus tiempos de lazareto, contribuyó a enriquecer su diversidad. Eso sí, gracias a un profundo proceso de recuperación de los espacios exteriores y ajardinamientos originales en el que se controló la expansión de especies invasoras y se realizaron nuevas plantaciones para enriquecer la diversidad ya existente.
Palmas canarias se mezclan con castaños de Indias, robles, acacias, eucaliptos, cedros del Atlas, aligustres chinos y camelias japonesas. Especies autóctonas y foráneas en total armonía presididas por el gran emblema de San Simón, el impresionante Paseo de los Buxos (bojs), que recibe al visitante con su bóveda centenaria. Este denso tránsito vegetal recorre la parte meridional de la isla por su eje central, entre la capilla y el mirador Boca da Ría.
San Simón también acoge una pequeña huerta y zona de vivero para favorecer el reconocimiento de especies de cultivo y árboles frutales llegados en su día de otros lugares del mundo, como es el caso de la patata, el maíz o el kiwi, y que influyeron en mayor o menor medida en los paisajes agrícolas de Galicia.