La toponimia y la transmisión del conocimiento sobre los lugares

La presencia de rocas decoradas con grabados, como otras manifestaciones prehistóricas y históricas como las mámoas, los castros, los marcos e incluso los restos de construcciones abandonadas, desencadena una serie de leyendas que tienen por objeto tanto transmitir esa geografía mental del territorio como incorporar los conocimientos de la vida y de la naturaleza, del universo y de las relaciones humanas, integrados con las informaciones de todo tipo que conforman el conocimiento. Así, se van realizando apropiaciones de los lugares de la memoria volviendo a inscribir símbolos, imágenes o cuentos actuales. Los paneles rupestres son cristianizados y los ritos cristianos son humanizados y llevados a la historia de personas. Las mouras, la virgen, las meigas y vecinos viejos o míticos se mezclan en una amalgama de conocimientos sintéticos que tienen la fuente común de las propias evidencias que pueden pisarse en el territorio. Seres de la imaginación, seres del recuerdo y seres transmitidos por la ortodoxia y la enseñanza son los mismos seres que habitan los lugares, algunos amenazantes y peligrosos, otros llenos de promesas de salud y de riqueza, de lascivia o de oportunidad. En el equilibrio de las consecuencias está la libertad de elección. Las lecciones están grabadas en el paisaje por nuestros antepasados y se alimentan con la transmisión oral.

En la Ribeira Sacra existen muestras asociadas la este tipo de continuidad en el uso de lugares ligados a la transmisión oral y a la tradición, como la Pedra da Virxe del Santuario de Cadeiras (Sober) o la Virxe da Pena, en Pantón, en la que los petroglifos asumen sentidos religiosos, o las Penas da Pastora, da Raíña o da Moura en San Xoán de Río, en los que se asocian los parajes a personajes paradigmáticos o esquemáticos que representan las concepciones sociales de las comunidades, asociadas en este caso también la aparición de restos de pasados míticos, como la espada de Mouruás, además del propio valor estético de los propias peñas para las sensibilidades tanto actuales como de los pasados muy lejanos.

Estos seres fantásticos, mouras (habitantes de los castros, de los petroglifos, de las peñas), xacias (mitad pescado mitad mujer, que viven en los charcos de los ríos), santos y vírgenes, suelen relacionarse con los vecinos del lugar, a veces con nefastos resultados que justifican una catástrofe apenas presente en el recuerdo, pero muy activa en la memoria. Entre estos seres de la memoria encajaría también el lobishome, temor recogido ya en el siglo XVI por Torquemada, y que en el siglo XIX se evidenciaría en el cuerpo de Romasanta, nacido en Esgos.