La construcción tradicional del territorio

El territorio de la Ribeira Sacra se entiende como un paisaje cultural bien delimitado por sus valores culturales y naturales. Sin embargo, es un paisaje representativo de los valores esenciales de la identidad gallega, su esencia más original y propia.

Hoy la Ribeira Sacra, ya sin oro y sin ermitaños, con los mouros escondidos en los castros y en las rocas y en las peñas sin mostrar su caprichoso actuar, como el capricho de las fuerzas de la naturaleza, es concebida a lo mejor más que nunca como un lugar sagrado, un lugar santificado por el esfuerzo heroico de los que aún viven en él y lo posibilitan, contra la inercia de una forma de vida que cada vez les requiere de un mayor esfuerzo y militancia para seguir viviendo su vida.

La estrecha relación con el territorio propició el surgimiento de un riquísimo catálogo de conocimiento popular, creencias, ritos y ceremonias, un sistema de saberes relativos a la naturaleza y a la vida que gira alrededor de los ríos y de los principales elementos del paisaje, y que fue transmitiéndose a lo largo de los siglos.

Las xacias, las meigas o los mouros son figuras habituales en la transmisión oral y en la propia percepción del territorio, la toponimia y la diversidad. Del mismo modo, nacieron tradiciones ancestrales que siguen manteniéndose, como el Carnaval, fiestas del final de invierno o fiestas de primavera, de celebración de la resurrección de la vida y de la naturaleza, ritos relacionados con el sol, con el fuego y las actividades necesarias para propiciar los beneficios de una buena cosecha o de una buena salud.

En la actualidad, son muchas las fiestas y actividades que se ligan también a la recreación y transmisión de los conocimientos y procesos tradicional relacionados con los principales productos agrarios de las comunidades (castaña, cereza, vino).

También un ejercicio entre el rescate y la militancia supone el mantenimiento de las actividades artesanales ligadas a los productos domésticos que antaño eran parte esencial de la vida diaria y de las relaciones comerciales, y que hoy tienen un carácter cultural asociado al amor y respeto por la propia tradición y la cultural en general, entre los que hace falta destacar a las singulares producciones olleras de los cacharreiros de Gundivós o de Niñodaguia, o el hacer de los afiladores, muchos de ellos de Esgos y que peregrinaban con sus herramientas por toda la Península; o los cesteiros y los trabajos de lata.

Existen también huellas de dolor relacionadas con el traumático abandono por la fuerza de los fondos de los valles con la construcción de los embalses, la pérdida de los referentes vitales, de los vados, de los batuxos, de las pesquerías y molinos, pero también de las propias casas.

Los retos para el territorio son grandes. La amenaza de la despoblación, una zona especialmente sensible por los ingentes esfuerzos que requieren los servicios y la atención la unas comunidades envejecidas, con el riesgo de un abismo generacional que, una vez más, está sabiendo reconducirse a través de la apreciación y valoración de su singularidad, haciendo de sus dificultades a oportunidad para reafirmar su identidad y apostando por procesos ligados a la tierra y a sus valores, también los culturales.