Alfarería tradicional

Entre las técnicas tradicionales más extendidas y funcionales de la Ribeira Sacra está la alfarería, trabajo destinado principalmente al consumo propio de las poblaciones locales y como industria complementaria del comercio del vino.

La alfarería de la Ribeira Sacra tiene unas características comunes singulares en cuanto al tipo de productor y consumidor, si bien existe un contraste entre las dos riberas del Sil por el material, los procedimientos y las formas, de tal forma que resultan perfectamente distinguibles y diferenciadas. Tanto la Terra de Gundivós como la Aldea de Niñodaguia eran aldeas especializadas en la producción alfarera. Si bien puede estimarse factible la continuidad de una cierta actividad cerámica desde la época castreña y pasando por la medieval, el tipo de vida y recursos de los campesinos no permitían mucho más que un consumo esporádico y local, mientras que los grandes poseedores de tierra acostumbraban a importar la loza.

Sin embargo, con la mejora de las condiciones económicas de los campesinos, especialmente a partir del siglo XVII, con las mejoras agrarias y productivas, comenzó la creación de un consumidor de una cerámica modesta y accesible, lo que se gue fuertemente incrementado con el ánimo de la producción y el comercio más sistemático del vino. En la Ribeira Sacra la producción de la cerámica sería una actividad a tiempo parcial del campesino integrada en su economía doméstica. Las aldeas de cacharreiros están documentadas desde el siglo XVIII en diversos censos  y escritos. En el caso de las tierras de la Ribeira Sacra la loza está destinada en especial al vino.

Alfarería de Gundivós

El caso característico de una alfarería en las raíces más antiguas de la tradición artesanal es la alfarería de Gundivós, y la actividad alcanzó tal extensión que esta parroquia del Ayuntamiento de Sober era conocida como tierra de cacharreiros. Los trabajos eran realizados tanto por hombres como mujeres, tanto en la producción como en el comercio, en talleres familiares en los que ocasionalmente podía trabajar algún jornalero. Los cacharreiros no trabajaban la tierra con la intensidad de sus familiares porque tenían que mantener las manos y el pulso para alisar las ollas, y disfrutaban del respeto de sus vecinos. El barro se sacaba con pico, rodo y azada de agujeros de hasta más de 2m de profundidad de lugares próximos a la parroquia (Lobios y Veiga de Liñares) con diferentes calidades por lo que se mezclaban por mitades para garantizar el mejor producto. Para dar color, se podía mezclar barro rojizo de Gundivós. De cada feria podía trabajarse un carro de barro. Entre tanto el material se ablandaba en el barreiro, alpendre junto a la casa, picándolo con una barra de hierro. El barro se trabaja sistemáticamente en porciones pequeñas humedeciéndolo, estirándolo y golpeándolo para sacar cualquier impureza y conseguir una masa idónea para modelar durante una jornada. El cacharreiro de Gundivós trabaja con uno torno bajo de gruesa madera de roble, la rueda, pesada y de mucha inercia, que tiene una pieza de resalte central para centrar el modelo con el que se va a trabajar y en la que está grabada su marca, sobre un eje o vio de madera de boj o cerezo. Esta máquina puede disponerse en el lugar que resulte más cómodo para trabajar, firme sobre un tallo. Para darle vueltas, entre la rueda y el tallo se disponen de unos brazos en cruz que sirven para dar impulsos periódicos.

El modelado se hace con una pitela y trapos, sentado sobre un banco y con el torno entre las piernas, y solo para piezas grandes puede ser necesaria la ayuda de una segunda persona, ya que se construyen por partes. Las piezas se secan al aire sobre un hórreo en la cocina, al sol en invierno o a la sombra en verano. La decoración es escasa, solo con cordones o vincos y líneas incisas. Las formas habituales son la ámboa, para almacenaje de cualquier producto,  el cántaro, para la medida del vino, que se distinguía con los vincos perimetrales, las ollas de agua, sin tino, y otras más pequeñas, destinadas para la leche, para la cocina, la matanza, etc. La pieza más singular y reconocible, además de la ámboa y el cántaro, puede ser el xarro, que destaca por la complejidad de su boca, apretada y decorada con vincos, y que tiene una forma plástica y sugestiva muy singular y evocadora, y medidas desde una ola de 16 litros hasta 1 litro o menos. Destacan también por su belleza y por el depurado de su forma y diseño las meleiras y los botixos.

Las piezas se cuecen en un horno de propiedad familiar, próximo a la casa y a la leñera, muy rústico, abiertos por arriba y sin grade, de unos dos metros de altura y rodeados de tierra. Para la cocción se disponen ollas ya cocidas descartadas de otras cocidas y sobre de ellas las piezas secas unas sobre otras, las pequeñas sobre las grandes y llenando los vacíos de por medio con otras. Al superar la altura del horno, se vuelven a disponer otras piezas rotas. El fuego primero es más templado y en una segunda fase se aviva, por unas cuatro horas cada fase. Las brasas se sacan para cubrir la bóveda y cuando la llama es limpia, se cubre todo con terrones. Su color después de la cocción es rojizo, lo que puede propiciarse añadiendo sal al final de la cocción. Las piezas más negras u oscuras son las más afectadas por el fuego. Para mejorar su impermeabilidade algunas piezas se empegaban con pez por el interior. Para ello debía calentarse la pieza y con el humo de la paja quedaba ennegrecida. Estas piezas resultaban a las más eficaces por lo que también son las que le dan una mayor fama a Gundivós. En la actualidad el Centro Oleiro de Gundivós de Elías González, en la antigua rectoral, mantiene viva esta técnica constructiva con la producción de las piezas tradicionales según la técnica de torno bajo y cocción con leña.

Alfarería de Niñodaguia

En el caso de Niñodaguia en Xunqueira de Espadanedo, la técnica y el resultado plástico es diferente, y supone un caso diferenciado de la cacharrería de todo el centro y sur gallego. La posición de la aldea de Niñodaguia al lado del camino a Ourense pudo tener que ver en la incorporación de técnicas novedosas en esta zona de Galicia, como el vidrado, que no se reproducen en su contorno, y una sistemática renovación de los procedimientos. 

En este caso la profesión era casi que exclusivamente masculina y, aunque humilde, disfrutaba de prestigio. La actividad tradicional era también de carácter familiar y en exclusiva por causa del cuidado de las manos, mientras que la economía familiar exigía la aportación del trabajo del campo.

Los cacharreiros o xarreiros trabajaban en el desván de la casa, sobre la cocina, y más recientemente en pendellos sencillos de ladrillo cerámico, situados en las cercanías de la casa, abiertos y con espacio para varios trabajadores.

El barro de Niñodaguia se extraía del lugar de Veigachá, del Monte do Barro, que es propiedad de los vecinos que colaboran en su mantenimiento.

El barro se sacaba de galerías excavadas a unos 6 metros de profundidad al final del verano, aunque en la actualidad con la ayuda de una máquina, en su momento la retirada manual era más penosa, aunque más selectiva, y permitía recoger la nata, el barro de mayor calidad que daba los colores amarillos característicos de las piezas de Niñodaguia.

En carros se llevaba para las cercanías de la casa, en forma de piedras sólidas, que se mazaban en un maseiro de madera de roble que luego se cribaba para dejar un polvo selecto. En el propio maseiro se añade agua para obtener el producto de moldeado, amasándolo repetidamente, aunque este proceso está hoy mecanizado también.

Las piezas se moldean en uno torno alto, con un eje de abedul con una rueda grande a los pies, campo de la rueda, y una cabeza de rueda superior de madera de castaño en la que se trabajan, todo ello en un entramado de madera que sirve para asiento del cacharreiro y estabilidad del sistema. La porción de barro amasado se lleva a este torno y después se trabaja según las formas y modelos requeridos, para ponerlo a secar en el tarantín, una estantería localizada en el pendello o fuera del mismo si las condiciones lo permiten.

Las piezas son de escasa decoración, aunque se emplean las líneas horizontales incisas como recurso estético, hechas con un canivete, la herramienta de modelado. Las piezas se cuecen en hornos, normalmente privados, aunque los tradicionales permitían el uso a cualquiera que lo hubiese marcado dejando una pieza cruda sobre el mismo.

Los hornos son de piedra de granito, de escasa altura y con una grade de piedra (o cerámica) superior.  Debajo de ella se hace el fuego, y sobre de ella se disponen piezas hasta un metro de altura. Se hace primero un fuego con hierbas secas y luego con madera. Las piezas eran llevadas a los hornos por mujeres o muchachos, a cambio de piezas de la cocción, y se colocaban sobre la parrilla con cuidado y habilidad, formando círculos concéntricos, con las bocas para abajo y los grandes por el exterior, según el modelo de piezas cada una tiene su posición, y este era un trabajo especializado.

En la primera cocción suave se prepara la pieza para recibir el vidrado, que se aplica al día siguiente y se vuelve a la cocción a mayor temperatura, aunque mucho menos tiempo. Esta operación en la actualidad se suele reducir a un único vidrado previo y cocción, controlando la temperatura con ventilación forzada.

Las piezas de Niñodaguia no estaban relacionadas tanto con la producción o transporte del vino como con el ajuar más cotidiano y doméstico y variado. Destacan las ollas o cántaros de decoración incisa, o los xarros de leche o para la grasa, los barreñós y las almufías para la matanza, así como fuentes, platos y tazas, y jarras de vino y agua. Entre las piezas estéticamente más singulares y atractivas están las alcuzas, de forma esferoide, con una boca estrecha y de una a cuatro pequeñas asas superiores, que servían para guardar el aceite, así como multitud de finales para las cubiertas de teja, de formas caprichosas.

En Niñodaguia se ven de inaugurar un Museo-Taller da Olería tradicional,  destinado a la difusión de esta actividad. Existen artesanos locales, que combinan la creación de piezas artesanas y de autor con la práctica de la técnica tradicional, como la Olería de Agustín y José Vázquez. También existe una Asociación de Amigos del Barro de Niñodaguia.